No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.
—Juan 14.1
Pon tu esperanza en el SEÑOR ten valor, cobra ánimo; ¡pon tu esperanza en el SEÑOR!
—Salmo 27.14 (NVI)
Así que Dios ha hecho ambas cosas: la promesa y el juramento. Estas dos cosas no pueden cambiar, porque es imposible que Dios mienta. Por lo tanto, los que hemos acudido a él en busca de refugio podemos estar bien confiados aferrándonos a la esperanza que está delante de nosotros. Esta esperanza es un ancla firme y confiable para el alma; nos conduce a través de la cortina al santuario interior de Dios. Jesús ya entró allí por nosotros. Él ha llegado a ser nuestro eterno Sumo Sacerdote, según el orden de Melquisedec.
—Hebreos 6.18–20 (NTV)
ESPERAR Y CONFIAR están intrínsecamente conectados como las hebras doradas entretejidas para formar una cadena. Confiar es la hebra central porque es la reacción de mis hijos que yo más deseo. Esperar embellece el hilo central y fortalece la cadena que te conecta conmigo. Esperar que yo actúe con tus ojos fijos en mí es evidencia que en realidad confías en mí. Pero si con tu boca pronuncias las palabras «Confío en ti» pero con tus hechos tratas ansiosamente de hacer las cosas por tu propia cuenta tus palabras suenan huecas. La esperanza está orientada hacia el futuro conectándote con tu herencia en el cielo. Sin embargo, los beneficios de la esperanza caen plenamente sobre ti en el presente.
Porque eres mío, no tienes por qué pasar tiempo esperando. Puedes hacerlo con expectación en una confianza esperanzadora. Mantén tus «antenas» levantadas para captar aun el brillo más tenue de mi Presencia.
*S.Y / Jesús te llama
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