Entonces se envistió el espíritu en Amasai, príncipe de treinta, y dijo: Por ti, oh David, y contigo, oh hijo de Isaí. Paz, paz contigo, y paz con tus ayudadores; pues que también tu Dios te ayuda. Y David los recibió, y púsolos entre los capitanes de la cuadrilla.
¿Qué puedo hacer para ayudarte?
Le preguntaba eso siempre mi mamá, a la mamá de mis amigos, a mi suegra, a mis abuelas o a quien fuera que nos hubiese invitado a su casa. Era parte de mi educación hacerlo. Sabía que la rutina doméstica, a veces era monótona, agotadora y eterna. Feliz ofrecía la ayuda y doblemente feliz si me la aceptaban.
En el mundo laboral, pasaba lo mismo. Dando los primeros pasos dentro de él, le preguntaba constantemente a la gente alrededor -tanto subalternos como jefes- qué podía hacer para ayudarlos. Me sentía capaz de hacerlo, con ganas de aprender y de demostrar que mis capacidades eran de confianza.
Sin embargo, cuando uno comienza a crecer, los roles van cambiando y nos comienzan a preguntar a nosotros "¿qué podemos hacer para ayudarte?" La pregunta me incomodaba. Al principio, porque creía que era injusto de mi parte delegar partes de mi trabajo a otros ("solo delega cuando estés ocupado haciendo algo que te impida abarcar todo"), parte de un trabajo que me correspondía hacer; asumiendo además, que cada persona tenía sus propias responsabilidades y no quería agregarles carga. Estaba decidida a hacer todo por mi cuenta.
Para algunas tareas, orgullosa y egoístamente, pensé que sólo yo tenía la experiencia suficiente para llevarlas a cabo y no confiaba en el trabajo de terceros, me angustiaba tener que delegar y confiar en la responsabilidad y excelencia ajena... trabajar en grupo había comenzado a ser tortuoso.
Cansada y con trabajo acumulado, en determinado momento sentí que Dios me empujaba a trabajar mi orgullo, y apoyarme en la ayuda que me estaban ofreciendo. En ese punto tenía la presión de superiores y sus miradas sobre mí, por lo que la ayuda externa se había transformado en una necesidad..
En eso, me di cuenta de que abarcando menos, trabajaba mejor y más rápido. Sentir que tenía apoyo era una bendición que me aliviaba y había generado una cantidad de ventajas "en cadena": estaba menos presionada, podía enforcarme por completo en una tarea a la vez, mi humor había mejorado, estaba menos estresada y así, la lista crecía.
Durante éste período Dios puso en mi lectura diaria de la biblia, la historia de David.
David estaba escapando de Saúl y escondiéndose con un pequeño grupo de hombres armados. Un grupo de hombres de la tribu de Benjamin y de Judá vinieron a David con el mensaje en el versículo 18 : " ... tu Dios te ayuda ... " A continuación, en el versículo 22, dice: "Porque en ese entonces todos los días llegó a David para ayudarlo, hasta que fue un gran ejército, como ejército de Dios" Basta pensar que incluso David necesitaba ayuda! Tuve una instancia de humildad e intimidad con Dios, reflexionando acerca de qué tan a menudo trato de vivir de forma independiente, pensando que tengo que demostrar que soy capaz de lo que se me pide que haga.
Muy por el contrario, todos necesitamos ayuda para lograr hacer lo que Dios quiere que hagamos. Él espera que dependamos de Él, que le pidamos ayuda, no que intentemos salir adelante con nuestras propias fuerzas humanas.
¿Se encuentra intentando ser un buen cristiano/a, un buen hijo/a, un buen marido/esposa, una buena madre, un buen empleado, un buen amigo/a, un buen miembro de la iglesia? Te pasó que sientes que has fallado o estás fallando en alguno de esos roles? Te sientes abrumado por las batallas a las que debes enfrentarte?
Tal vez es porque necesitas ayuda! La ayuda está disponible para nosotros si simplemente nos despojamos de nuestro orgullo y levantamos una oración para pedir ayuda de Dios. El Señor personalmente nos ayudará, y Él puede incluso enviarnos algunos otros buenos ayudante, tal como lo hizo con David.